MONSEÑOR JUAN JOSÉ ASENJO, NUEVO ARZOBISPO DE SEVILLA

El arzobispo coadjutor de Sevilla, monseñor Juan José Asenjo, se ha convertido hoy en el arzobispo titular de esta sede después de que el Papa Benedicto XVI aceptara la renuncia del cardenal Carlos Amigo por razones de edad.

Este mediodía, el cardenal arzobispo de Sevilla, mons. Carlos Amigo Vallejo, y el arzobispo coadjutor, mons. Juan José Asenjo Pelegrina; han comparecido en el Arzobispado ante los medios de comunicación para informar que el Santo Padre, Benedicto XVI, ha aceptado la renuncia de mons. Amigo como arzobispo de Sevilla. Desde hoy, mons. Asenjo gobierna la Archidiócesis. El nuevo arzobispo de Sevilla ha dado lectura a un mensaje, cuyo texto íntegro reproducimos a continuación.

Queridos hermanos y hermanas:

1. En el día en que la Santa Sede hace pública la aceptación de la renuncia del señor Cardenal Arzobispo, Fray Carlos Amigo Vallejo, al gobierno pastoral de la Archidiócesis, y yo inicio mi ministerio como Arzobispo de la Iglesia metropolitana de Sevilla, quiero compartir con vosotros mis sentimientos de gratitud al Señor, que me llama a continuar en esta Iglesia el ministerio de salvación al que él ha servido a lo largo de veintisiete años. Comparto con vosotros también mi confianza en el poder de la gracia de Dios, que suplirá mis limitaciones. Agradezco al Santo Padre Benedicto XVI la benevolencia que me demuestra con este encargo, y a la que espero corresponder siempre, en comunión con él y con el Colegio de los Obispos. Cuando está a punto de cumplirse un año de mi nombramiento como Arzobispo Coadjutor, quiero agradecer de corazón al señor Cardenal la acogida cordial y fraterna que desde el primer día me ha dispensado, el testimonio de su entrega incansable al servicio de la Archidiócesis, y sus consejos, que tanto me van a servir en el ministerio que hoy inicio en el nombre del Señor, y con los que espero seguir contando en el futuro.

2. Doy gracias a Dios por los meses en que he colaborado con él en el trabajo pastoral y el gobierno de esta Iglesia particular, en los que, a pesar de mi dedicación parcial a la Diócesis de Córdoba como Administrador Apostólico, he ido conociendo gradualmente la historia venerable de la Archidiócesis y sus instituciones más señeras, algunas de las cuales perviven todavía. He ido conociendo también las actuales realidades diocesanas, el Consejo Episcopal, las Delegaciones y organismos de la Curia, el Cabildo Metropolitano, los sacerdotes y seminaristas, los diáconos permanentes, los miembros de la Vida Consagrada, los movimientos y asociaciones apostólicas, la Caritas Diocesana y a muchos hermanos y hermanas de la gran familia de las Hermandades y Cofradías, tan arraigadas en nuestro pueblo. A lo largo de estos meses he conocido a sacerdotes magníficos, y a religiosos y religiosas que están trabajando con entrega ejemplar en muy diversos apostolados, tanto en la vida activa como desde el silencio del claustro. He conocido además a centenares de laicos, que aman a Jesucristo y a la Iglesia y que están sinceramente comprometidos en el apostolado y en los distintos ministerios eclesiales en las parroquias. He conocido, por fin, una Iglesia viva y dinámica, que a pesar de las duras condiciones que nos impone la secularización, está empeñada con entusiasmo en el anuncio de Jesucristo a nuestro mundo y en la revitalización de la parroquia, casa de la comunidad cristiana, objetivo último del Plan Diocesano de Pastoral. Todo ello, junto con la devoción entrañable que nuestro pueblo profesa a la Santísima Virgen, expresada en la riqueza de advocaciones que jalonan toda la geografía diocesana en innumerables santuarios y ermitas, es para mí motivo de fundada esperanza.

3. A todos os agradezco vuestra acogida cordial y vuestro ofrecimiento sincero de colaborar conmigo en el servicio a esta Iglesia ya tan querida por mí. A todos os saludo con afecto fraterno. En mi saludo quiero incluir también a los hermanos Obispos de la Provincia Eclesiástica de Sevilla, a las autoridades, y sobre todo a quienes la Iglesia encomienda especialmente al ministerio del Obispo, los preferidos del Señor. Me refiero a los pobres, los enfermos, los ancianos que viven solos, los presos, los parados, los inmigrantes, los que han perdido toda esperanza y cuantos sufren como consecuencia de la crisis económica. Pero permitidme que, en particular, reitere a mis hermanos sacerdotes, a los diáconos y a los seminaristas el propósito prioritario de mi ministerio de estar cerca de ellos, de acogerles como padre, hermano y amigo, de escucharles, alentarles y acompañarles en su fidelidad personal, en su voluntad de seguir al Señor y en su tarea evangelizadora y santificadora.

4. En los inicios de mi ministerio tengo muy presentes a nuestras familias, fundadas en los valores del Evangelio, que viven la fidelidad y entrega mutua, la perseverancia en el vínculo del sacramento del matrimonio, la dedicación a la educación cristiana de los hijos y los valores de la solidaridad, que tanto están sirviendo en estos momentos a superar las dificultades espirituales y materiales en que les sitúa la crisis económica. Tengo también muy presentes a los educadores, a los catequistas y profesores de religión, que sirven a la educación integral de nuestros niños y a su iniciación en la fe. Pienso con especial afecto en los jóvenes, esperanza de la Iglesia, empeñados en su propia formación humana y cristiana y llamados a construir la nueva civilización del amor. A todos les invito a prepararse para participar con entusiasmo en la Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá lugar en Madrid en agosto de 2011.

5. Renuevo y actualizo en este día con todo el entusiasmo de que soy capaz las actitudes de amor a Jesucristo y a su santa Iglesia con que inicié hace cuarenta años el ministerio sacerdotal y que he procurado mantener, con la ayuda de Dios, a lo largo de mis trece años largos de ministerio episcopal. Soy consciente de que recibo un preciado tesoro, tallado a lo largo de los siglos por tantos pastores insignes de esta sede hispalense y por miles de nombres que no figuran en los anales de la historia diocesana, pero que están escritos en el corazón de Dios. Con la ayuda del Señor, que nunca me va a faltar, espero acrecentar el legado que se me entrega y contribuir a escribir otro tramo –Dios quiera que lleno de frutos sobrenaturales y evangelizadores- de la historia de nuestra Iglesia diocesana.

6. Como os decía en la alocución de mi toma de posesión, inicio mi ministerio con la conciencia muy viva de que no me pertenezco a mí mismo, sino a Jesucristo y a vosotros, mi nueva familia en la fe, por la que, como San Pablo, me gastaré y me desgastaré (cf. 2 Cor 12,15), entregando mi tiempo, mi salud, mis capacidades y energías todas a la Nueva Evangelización, a la pastoral de la santidad, al servicio de la comunión y de la verdad que salva, y a la edificación de comunidades vivas, orantes y fervorosas, que viven de la Palabra de Dios y de la Eucaristía, comunidades unidas y fraternas, que viven la alegría de la salvación y que anuncian a Jesucristo vivo con la palabra y, sobre todo, con el testimonio elocuente, atractivo y luminoso de su propia vida.

7. Soy consciente también de que en esta porción de la viña del Señor que es la Iglesia diocesana de Sevilla, soy al mismo tiempo sarmiento y humilde viñador y de que mi trabajo pastoral será imposible sin una comunión profunda y estrecha con Jesucristo, pues sólo la unión con Él será garantía de eficacia y de veracidad en mi ministerio. Sólo Él da fecundidad a la acción de los evangelizadores, pues “ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que da el incremento” (1 Cor 3,7). Por ello, en este Año Sacerdotal, me encomiendo a la intercesión de San Juan María Vianney, el Cura de Ars, del patrono de los sacerdotes españoles, San Juan de Ávila, de los santos arzobispos sevillanos Isidoro y Leandro, del Beato Marcelo Spínola y de Santa Ángela de la Cruz, en cuya fiesta inicio mi ministerio como Arzobispo metropolitano. A todos ellos les pido que intercedan por mí ante el Señor, para que sea el pastor según su corazón que Él espera de mí, y para que, en esta hora en que bulle por todas partes el desaliento y la desesperanza, sea también sembrador de esperanza, “servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo”, como nos pedía a los Obispos la exhortación apostólica Pastores gregis.

8. Me encomiendo, sobre todo, a la intercesión maternal de la Virgen de los Reyes, para que Ella me acompañe y ayude a consagrarme, en una dedicación plena, definitiva y exclusiva a la persona y a la obra de su Hijo y al servicio de esta Iglesia particular y de todos sus hijos e hijas. Me encomiendo también a vuestras oraciones, especialmente de las monjas contemplativas y de los enfermos. Pedid todos al Señor, también los fieles de la querida Diócesis de Córdoba, a la que deberé seguir sirviendo por algún tiempo, que me custodie en su amor y que haga eficaz mi ministerio para gloria de Dios.

Sevilla, 5 de noviembre de 2009, Festividad de Santa Ángela de la Cruz
Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla