ANTOLOGÍA POÉTICA. José M. Medina en el Pregón de Semana Santa de 1998

En 1998 José Manuel Medina Picazo es elegido para pronunciar el Pregón de la Semana Santa de Alcalá. Dedicó desde el atril del Teatro Gutiérrez de Alba estas palabras a nuestra Hermandad:


TERCERA ESTACION:

Los apóstoles dormidos,
el Maestro en oración:
despertar que estoy vendido
por ese Judas traidor,
dinero le han ofrecido
Jesús se retira a orar al Huerto de los Olivos, después de un Santa Cena donde institucionaliza el sacramento de la Eucaristía, y anuncia el comienzo de su pasión.

de dos mil años, yo me sigo preguntando:
Jesús, ¿Seré yo el que te traicione con un beso de indiferencia?. ¿Seré yo el que me acerque a Ti en los momentos de alegría y te abandone cuando no sean escuchadas mis súplicas, o cuando el mundo terreno me depare algún contratiempo.

Jesús, ¿Seré yo el que te niegue, el que manifieste mi cristiandad, delante de los míos, y niegue haberte conocido en los foros donde tu presencia no es conveniente, allí donde la vida en comunión con Dios se confunde con otro tipo de ideologías creadas por los intereses de los hombres?.

Jesús, ¿Puedo levantar libremente la mirada hacia el cielo, para lanzar una oración, que es la forma más cristiana de contactar con Dios, o, por el contrario, como Pedro, Santiago y Juan sigo dormido en el momento de aceptar la voluntad divina?.

La respuesta es que el fruto principal de la oración no es obtener de Dios lo que le pedimos, sino recibir gracia para someternos con docilidad a las disposiciones del cielo.

Por eso cada Domingo de Ramos, Alcalá se acerca al cielo con la oración de un Cristo moreno, y, por moreno gitano, y por gitano rezando como la raza calé: “Bato, Bato, querese tute oropéndola y en la minra” (Padre, Padre, hágase tu voluntad y no la mía).

¡Qué penitencia la tuya,

que estás orando en el huerto

mientras te ofrecen un cáliz

de pasión y sufrimiento!

¡Qué sangre más angustiosa

va recorriendo tu cuello!

¡Qué rodillas más humildes

se reclinan sobre el suelo!

¡Qué penitencia la tuya,

que estás orando en el huerto,

y un ángel te reconforta

en tu hondo abatimiento,

para aceptar libremente

la voluntad del Maestro!

¡Qué penitencia la tuya,

que estás orando en el huerto,

mientras una cohorte romana

se dirige hacia tu encuentro,

para prender tu inocencia

con un beso traicionero!

¡Qué penitencia la tuya,

descrita en los Evangelios,

las Sagradas Escrituras

la tradición de los tiempos,

y tantos y tantos autores

que narraron tus lamentos!

Y la historia se repite

porque al llegar a este pueblo,

tu penitencia es más grande

que al ir orando en el huerto:

no conoces a Alcalá

porque vas mirando al cielo.

 

CUARTA ESTACION:

Rosario, que eres aurora

llegando el mes de octubre,

donde Alcalá se descubre

ante tan bella señora;

y en una salve que encierra

mil piropos mañaneros,

yo dudo que a Ti, en el cielo,

te quieran más que en la Tierra.

 
Y ahí esta Ella, la Dama del Santo Rosario, que para rezar no le hace falta mirar al cielo, porque, precisamente en su cielo es donde se clavan las miradas de su Junta de Gobierno, y las de todos sus hermanos, que lo imaginan bordado con el más preciado hilo de su devoción.

Dios te salve, María del Rosario,

llena eres de gracia salesiana;

el señor es contigo, soberana,

y bendita Tú eres, bajo palio,

entre todas las mujeres, la mas guapa,

y bendito es el fruto, que nació,

de tu vientre Jesús, en Oración.

 

Llénanos de gracia, Madre de Dios; llénanos de la paz de tu blancura; llénanos de tu transparente serenidad, y haz que nos sintamos estar en la gloria, cuando nos abraces desde las alturas de la calle que lleva tu nombre.
En la cuesta del Rosario

surge el amor de improviso,

al entrar en el Paraíso,

el hijo de Dios orando;

llegando a San Sebastián,

tu gracia se multiplica

y tu palio santifica

a la Cruz de la Bondad.

Siendo tan alcalareña,

y en Almonte no has nacido,

qué bien se mueven tus andas

cuando te toca la banda,

en la Plazuela, “Rocío”.

Quisiera tocar tu manto

y embriagarme en la entrada,

de una cera paseada

que ya huele a Lunes Santo.


Emoción, sin duda, en todo el recorrido de la Virgen del Rosario, que se transforma en devoción, con la oración de un abuelo, cuando la Madre llega a la Residencia de Ancianos de “La Milagrosa”.

Quisiera alzar la voz

y cantar a los cuatro vientos

las cosas que yo ahora siento,

entre alegría y dolor,

rezando el Santo Rosario

que la vida me enseñó:


En los Misterios Gozosos,

encontrar en la oración

la respuesta a un enigma,

que impregna mi corazón:

¿cómo podemos encontrar

en la sociedad moderna,

que pregona caridades

y falsas solidaridades

para lavar la conciencia,

a ángeles de este mundo

que van llevando el consuelo,

y que en sus hábitos encierran

el amor por sus abuelos?

Yo he llegado a pensar:

¿Será la Virgen María

que ha descendido a la Tierra

para cuidar una carne

que muchos ya dan por muerta?

¿O es la voluntad divina

dispuesta en unas mujeres,

contentas de hacer el bien,

y de que Dios las escogiere

para alternar oraciones

con tan altos menesteres?


En los Misterios Dolorosos,

una oración dedicada

por el final de una vida

de soledad acompañada,

recordando con cariño

las reuniones familiares

y el amor hacia mis hijos,

y el sueño de haber vivido

junto al calor de mi nieto,

sentado en mi rodilla,

su cabecita en mi pecho

y contándole las cosas

que gustan a los abuelos,

y darle un beso en la noche

y esperar que despertara,

junto a los cuatro angelitos

que su cama custodiaban.
En los Misterios Gloriosos,

con la oración obtener

que tenga Dios en su gloria

a la que fue mi mujer;

una guapa alcalareña

que a mí me supo entender.

Qué bellas conversaciones,

casi sin mediar palabra,

cuántos momentos vividos

al llegar Semana Santa,

qué explosión de sentimientos

brotaba de su garganta,

cuando cantaba saetas

mientras sus ojos lloraban;

hasta que llegara el día,

con pena y con desencanto,

en que la llamó el Mesías

para escuchar de sus labios

la pasión en poesía
Y ahora, solo me quedas Tú,

Virgencita salesiana,

digna de veneración,

sendero de nuestras almas,

refugio del pecador,

que, sin mancha de pecado,

eres la Madre del Creador…

y auxilio de los cristianos

Pronunciando letanías,

que penetran en su palio.

¡Tú no llames, capataz!

Que le quiero suplicar

que venga todos los años,

hasta el día en que termine

las cuentas de mi rosario.