"RITOS" POR FERNANDO CASAL


Cada cofrade tiene una serie de ritos y costumbres, con los más variopintos orígenes, que van ahormando poco a poco el paso de los días de cuaresma. Yo hoy cumplí uno de los míos que hunde sus raíces en mi infancia. Pase muchas horas en el colegio Salesiano por la cercanía a mi casa aunque nunca pise sus aulas. Entraba por el patio de arriba cuando sonaba la sirena a las cuatro y media, atravesando los jardines de la vivienda de los curas y bajaba a pasar la tarde entre balonazos, trompos y bolas con los muchos amigos y compañeros que estudiaban en el colegio. También disfruté y aprendí mucho en el Oratorio Levadura en las mañanas de los domingos con el recordado D. Eduardo Benot. Llegadas estas fechas y con el cosquilleo de lo venidero en la barriga me gustaba entrar en la capilla, bien por la puerta principal o por el patio. Entraba y me maravillaba con los pasos asentados ya en la trasera del templo, como dando la espalda al espectador. Los rodeaba, miraba y remiraba y me imaginaba ya en la puerta de la capilla viendo la dificultosa maniobra costalera.

Desde aquellos tiempos no he faltado nunca a mi íntima cita con la Virgen del Rosario. Hace años ya que, como mucho, la atisbo en la lejanía, en la tarde más esperada o en la visita institucional. Pero siempre me reservo un momento para verla en su paso en la soledad de la capilla una mañana cualquiera. Hoy ha sido el día. Entrando por la derecha me he encontrado la inconfundible trasera del paso de la Oración, este año con menos habitantes. El Señor está ya en su paso confortado por el ángel, ambos unos centímetros más atrás, y éste ya anhela el roce de las alas con el imponente olivo. Pero rápidamente la vista se va a la blanca trasparencia del paso de la Virgen. Allí esta Ella desde hace varios días. Ha visto el trajinar solicito de su gente levantando el delicado relicario que es su paso, el paciente fundido de la cera, las flores privilegiadas que adornan provisionalmente pero que se lamentan por no poder acompañarla en la jornada soñada. Ahí está con la hermosura de siempre asomada a su rostro, con la gracia de la Madre guapa que escucha los piropos en letanías de sus hijos. Allí he estado contemplando la arrebatadora belleza de la Virgen, le he contado mis cosas que ya sabe de memoria por tantas tardes en San Agustín. Un ratito de silencio y la despedida para salir al bullicio del quehacer cotidiano. Cumpliendo con los ritos de nuestra infancia la cuaresma va dejando atrás los días como cuentas de los rosarios que penderán de sus varales y que darán banda sonora a los sentimientos desbordados en la gloriosa tarde del Domingo de Ramos. Quedan 11 días.