Homilía del segundo día de Quinario al Señor de la Oración en el Huerto


Quinario, la idoneidad en la vida de hermandad
Segundo día, participar de los sacramentos, Jn 15, 12-17
Ser partícipe de algo, no es simplemente ser conocedor, es estar involucrado, comprometerse y partirse para desde ahí recomponer un solo alma y un solo corazón. Como nos recuerda el libro de los proverbios (Prov 3, 27) “no te niegues a hacer el bien como es debido, si tenemos la oportunidad de hacerlo”. Y es que ante nosotros se muestran constantemente oportunidades de hacer el bien a otros. Preguntarle cómo está, cómo le va, dar un buen consejo cuando otros se lavarían las manos, interesarse por las esperanzas del otro, alentar a que todos hagamos cosas juntos, construir en definitiva esperanza con el firme propósito de participar de algo nuevo y maravilloso que Dios espera y confía surja entre nosotros.
"Que todos sean uno para que el mundo crea"(Jn 17, 21), este mandamiento no solo expresa nuestra unidad mutua sino también la unidad con quién es el centro y fin de nuestras vidas. Dios nos creó para que seamos uno y así lo seamos en abundancia, mostrando la enorme riqueza que hay tras los vínculos y las oportunidades de unirnos en una misión común.
Dios es el nexo que nos une, nosotros no amamos porque nos provoque tal o cual sentimiento, sino porque Dios inspira en nosotros su propio amor y nosotros simplemente lo extendemos a otros, haciéndoles partícipes de una misma Gracia.
Todo lo que hemos oído debe llevarnos a Dios, y es que todo nace de Él. Aunque es cierto que muchos de entre nosotros no siempre hablamos por boca de Dios, sino por boca de mezquinas intenciones. Pero no podemos olvidar que este mundo es perfecto, solo aquello que “sale de la boca contamina al hombre” (Mt 15, 11) mostrando cómo no sale del corazón ni por supuesto de la oración.
La participación en los sacramentos es descubrirnos pan eucarístico que se parte y reparte por los demás, es reconocer nuestra indignidad para servir a Dios pues en demasiadas ocasiones servimos al dinero o a nuestros propios intereses (Cfr. Lc 16,13). Con lo maravilloso que es servir al mejor dueño de la mies, con lo inmensamente felices que nos podría hacer servirle solo a Él, nos ciegan los egoísmos, las pretensiones, las aspiraciones y envidias, nos ciegan las ansias de protagonismo, y olvidamos que Dios se hizo hombre para entregarse a los demás, se hizo pan para repartirse a todos por igual, se hizo confesión para perdonar sin límites, se hizo bautismo para configurarnos en hombres nuevos que se distingan del resto de la humanidad en la promesa sincera de un amor regalado y que nos convierte en hombres y mujeres de Dios y no del pecado.
Siguiendo la maravillosa oración de San Francisco de Asís: Oh Señor, hazme instrumento de tú paz. Donde hay odio, que yo lleve el Amor. Donde hay ofensa, que yo lleve el Perdón. Donde hay discordia, que yo lleve la Unión. Donde hay duda, que yo lleve la Fé. Donde hay error, que yo lleve la Verdad. Donde hay desesperación, que yo lleve la Esperanza. Donde hay tristeza, que yo lleve la Alegría. Donde están las tinieblas, que yo lleve la Luz. Oh Maestro, haced que yo no busque tanto: Ser consolado, sino consolar. Ser comprendido, sino comprender. Ser amado, sino amar. Porque: Es dando, que se recibe. Perdonando, que se es perdonado. Muriendo, que se resucita a la Vida Eterna.
De este modo podemos mirar cara a cara a Dios con la firme satisfacción de caminar según su voluntad, no la nuestra, de reconocer que es Él el verdadero protagonista de nuestras decisiones y actos. Que es Él quien nos inspira y guía cada día. Como nos recordará Santa Teresa: Que nada te turbe, nada te espante, quien a Dios tiene, nada le falta.
Quinario, la idoneidad en la vida de hermandad
Soy tierra
Aquella donde me asiento y crezco,
aquella que otros segaron
y que tu hiciste germinar.
Que otros pisaron
y tú volviste a regar.
Aquella que da frutos en momentos del año
y esperanza y recuerdos por renovar.
Que es minúscula en el mundo,
y lo es todo para mí.
Aquella que mueve el viento,
que se pega a la piel,
que se desgrana en multitud,
y que es Uno a la vez.
Hoy soy carta y tierra, hoy soy experiencia y confianza, Salmo que aclama y Verbo que se encarna, soy luz que parpadea, e indiferencia que se implica en diferenciar lo importante.
Esto soy Señor hoy, esto me haces ser.
Carlos Carrasco Schlatter, pbro