Quinto día de Quinario al Señor de la Oración en el Huerto


Quinario, la idoneidad en la vida de hermandad
Quinto día, Evangelizar el mundo, Jn 10, 1-18
La encarnación del Hijo de Dios es una llamada a la “revolución de la ternura” (EG 88), a dejarnos interpelar por el corazón y no tanto por la razón. Al fin y al cabo ya hasta los ordenadores nos ganan en muchos aspectos, por lo que solo el corazón nos salvará de la sinrazón de abandonar nuestra humanidad por la revolución moderna.
Afirma K. Barth que hemos de desvelar “el si en nuestro no, y el no en nuestro si”, puesto que detrás de cada una de nuestras posturas hay ocultas “consolaciones y desolaciones”, tal y como describiría San Ignacio de Loyola.
En nuestro obrar como Iglesia hemos de desvelar un corazón de madre, tan necesario como inspirador para la evangelización. Una madre que escucha a sus hijos y va aprendiendo con ellos, ayudándoles con su conocimiento en la tarea diaria. Pero es necesario también que el hijo escuche a su madre no como quien riñe ni le resta libertad, sino como quien orienta y ayuda a crecer en auténtica responsabilidad.
Muchas veces los niños querrían ser libres, pero es evidente que no están preparados para asumir las responsabilidades, es por ello que es fundamental ser humildes y reconocer la verdad que se oculta tras nuestros sies y noes.
Dios es buen pagador, no dejará de pagar el justo salario antes de que se vaya el sol (Dt 24, 15), pero ese buen pago es necesario no pedirlo por anticipado, sino disfrutar primero de la vocación y del trabajo y con ello del servicio realizado.
La auténtica trascendencia está en el encuentro con los demás, y es que Jesús no se entiende sin ser para los demás. Del mismo modo nosotros no debemos entendernos sino es para servir y amar. Por ello “es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás” (S. Ignacio, Ejercicios Espirituales, 23).
El buen pastor no tiene margen para estar pendiente de si recibirá o no el salario, ya confía en Dios y en su buen juicio. Al mismo tiempo, dispone su alma para el servicio a sus hermanos. Para evangelizar en un mundo que busca tantos honores y privilegios, que anhela tanta diversión y distracciones. Ante ese mundo, Dios ofrece siempre un sabor amargo. Pero ante el mundo del amor generoso y desinteresado, Cristo será siempre la miel más rica y el manjar más suculento.
“Quien quiera ser el primero que sea el último entre vosotros” (Mt 20, 27), del mismo modo, seamos capaces de estar atentos a quien va el último y más retirado. Pendiente del más débil y afligido. No estemos tan preocupados por ser honrados como por merecer el honor, ser respetados como por respetar, ser servidos como servir.
El amor de Dios es inspirador, y la ausencia de sana inspiración en nuestros actos es ausencia de Dios en nuestro corazón. Por ello, procuremos no alejarnos del camino recto, la intención correcta y el deseo cierto, para no caer en banales atractivos, espejismos que nos distraigan en el desierto. Si el pueblo de Israel caminó durante 40 años por el desierto no fue porque fuera tan largo, sino porque anduvieron perdidos. Del mismo modo que no haga falta mucho tiempo para que nuestro corazón se oriente hacia el único sentido correcto: ¿Cómo amar más y mejor a Dios en mis hermanos?
Quinario, la idoneidad en la vida de hermandad
Soy un privilegiado
Por poderte amar
Por aspirar al bien
Por soñarte alcanzar
Por reír y llorar
Por poderte tener
Soy un privilegiado
Por cada oportunidad
de compartir la vida
aunque sea un instante
y es que sabe eterno
cada ocasión de amarte
Soy un privilegiado
De cada intento sincero
por acercarnos juntos
al eterno milagro
de hacer posible
el cielo en un abrazo
Soy un privilegiado
No por lo que poseo
sino por caminar a tu lado
aunque estés lejos
Por tener el calor
de tú Te Quiero

Carlos Carrasco Schlatter, pbro